Los estuarios son zonas de gran importancia socioeconómica y, en consecuencia, sumideros de contaminación. Por ejemplo, 22 de las 32 ciudades más grandes del mundo están situadas en ellos. Una de las principales fuentes de contaminación de los estuarios procede de los sistemas de saneamiento y de los desechos flotantes procedentes de fuentes terrestres.
Los estuarios proporcionan importantes usos y servicios a la sociedad, como la protección costera, el intercambio de nutrientes y sedimentos, hábitats físicos para especies marinas, secuestro de CO2 o espacios para actividades recreativas y comerciales. Esta complejidad de usos y actividades ha llevado a la generación de conflictos y problemas ambientales .
Una de las zonas estuarinas más relevantes y vulnerables desde el punto de vista de la gestión ambiental son las marismas salinas y su interacción con los arroyos de marea. Las marismas saladas se forman a lo largo de costas templadas de baja energía en todo el mundo, donde proporcionan valiosos servicios ecológicos y económicos. Estas formas terrestres inundadas por las mareas se crean a través de la sedimentación, un proceso que se ve reforzado por la vegetación. La retroalimentación que se produce entre el flujo de agua, la vegetación y la sedimentación permite que las marismas salinas ajusten su relieve vertical y su extensión espacial en respuesta a los cambios del nivel del mar y a acontecimientos de menor escala temporal, como huracanes, sequías, vertidos de petróleo o residuos flotantes.
Existe una preocupación creciente en relación con el destino a corto y largo plazo de los contaminantes atrapados en las marismas salinas y el impacto que estos podrían tener en los ecosistemas y servicios que sustentan los entornos estuarinos, así como los posibles efectos en la salud humana (Chapman et al., 2013).
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